El regateo y los taxis

Algo que me llamó mucho la atención al llegar a Cuernavaca, por muy absurdo que parezca, es el hecho de que los taxis no lleven taxímetro. Durante toda mi vida, he estado acostumbrada a verlos en cualquiera de los que me montase sin importar la ciudad.

Levantar la mano y esperar a que un taxi libre se pare. Acomodarse en el asiento, dar la dirección y pagar el importe de la carrera. Sencillo y rápido. No siempre entretenido pero efectivo.

Sin embargo, aquí todo tiene un ritual un tanto más elaborado. Intercambias una mirada con el taxista y ya no hace falta a veces ni levantar la mano para llamarlo. Te asomas a la ventanilla, preguntas cuánto te cobra por ir a un lugar y entonces, comienza la verdadera esencia del asunto: el regateo para conseguir un precio más bajo.

Pero si dejamos a un lado la conducción temeraria del 99% de los taxistas, la poca confianza que da montarse en esos coches, las emisoras que llevan puestas y que van hablando por el móvil mientras compiten en un rally secreto en Cuernavaca, entonces todo es igual de aburrido que podría serlo en otra ciudad.

Sin duda alguna, es una experiencia no apta para mi madre o cualquier persona con problemas de  corazón. Básicamente, porque por ejemplo el otro día salímos haciendo rueda de la puerta de mi casa.

Vampire Weekend – Taxi Cab

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