De contenedores, circos y gafas

Todo comienza un miércoles por la noche o mejor dicho, por la tarde cuando el hambre hace que las tres pequeñas italianas, unas de nacimiento y otras de corazón, entren en locura sin saber muy bien qué comer. Mientras tanto, yo feliz por haber celebrado hoy, otro día de la República Independiente de la Casa Roja y de habitación en habitación matando el tiempo.

Mercadona simplemente me ha traicionado, así que no me ha quedado otra que hacerme de los "azuletes" y comprar online en Carrefour que llegan cuando les da la gana a tu casa. Además Mercadona para reírse un poco más de mí, ha decidido no estar relativamente cerca de donde resido y evidentemente, no estoy por la labor de cargar bolsas desde Palos de La Frontera (Línea 5) hasta mi Atocha natal (Línea 1) y digo natal porque es ahí donde se ha forjado una nueva Martita sin tapujos, maja y divertida pese a los comentarios de Maura.

Carrefour ha llenado mi frigorífico y por fin, puedo decir libremente que tengo comida y sobre todo, que no volveré a pasar tristeza mirando los estantes de la nevera y sí, he comprado cerveza ni una sola tableta de chocolate y café Segafredo, mientras Mariangela y Maura me miran con ojos perturbados al ver la palabra Segafredo y café juntas.

Se hace de noche y nuestro hambre podría empezar a confundirse con un impulso ciego de canibalismo involuntario pero es ahí, cuando la brillantez italiana de Maura decide ir a una pizzeria napolitana en Sol para rememorar sus tardes milanesas y allí terminamos sin más preámbulos con todo nuestro apogeo estomacal en una bocacalle de Carretas.

Después de ver como Mariangela gestionaba todo, porque ella algo de traficante yo creo que tiene, nos dedicamos a reflexionar sobre mi cabeza puesto que, oficialmente, se ha convertido en un imán circular en el que TODO parece terminar pegado. Por ello, la pierna de Mariangela me golpeó el otro día, el codo del camarero de anoche también vino a saludarme, las puertas, las paredes y como no, el Caixa Fórum también. Me estoy planteando en comprarme un casco en Ulanka y dejar de pasar miedo.

Por lo demás, no deberíamos destacar ninguna cosa más puesto que es un tanto humillante todo pero compartir es vivir así que resumiré todo como una frase: "el mal de ojo existe y Mariangela y yo creemos en él".

Una sustancia no identificada te cae en la cabeza y pánico tienes de observar que la silla de Maura queda manchada de algo negro y yo con más miedo que vergüenza me miro la camiseta y efectivamente, estaba manchada de esa cosa, por suerte era tierra como ha confirmado CSI Mariangela entre risas, así que ni corta ni perezosa, he tenido que recordarle el bautizo de su pie en el charco de Vázquez de Mella.

Si se podía mejorar el momento, lo conseguimos hacer. Porque según reiniciamos nuestra actividad, aparece el follón de Erasmus al que llamaremos Twist, y yo ahí, con mi pastel en la camiseta, Mariangela intentando socializar al pobre acompañante del follón, que decir que es soso es poco y Maura demostrándonos sus dotes bilingües y sus ganas de beber cerveza. ¿Arte? Demasiado es poco.



Al volver a casa, descubrí las pasiones ocultas de mis compañeras de piso y a día de hoy, sigo sin tener palabras. Que Mariangela quisiese ser maestra de pequeña no me extrañaba puesto que es la chica clásica que más arte he visto pasar frente a mis ojos, pero que Maura quisiese ser camarera acrobática y que yo entendiese que quería trabajar en un circo no tiene precio.

Me encanta caminar por Madrid cuando es de noche y las luces de la ciudad alumbran mis pasos que tantas veces estuvieron perdidos. Ahora se a donde se dirigen y si miro a mi alrededor se que no estoy sola, Maura y Mariangela están ahí, riéndose porque de pequeña yo quería ser basurera y le decía a mi madre que me comprase acciones de bolsa.

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