Llega el frío, los abrigos, las calcetines largos, los gorros, los nórdicos en todo su esplendor y como no, los días de lluvia sin salir de alguna casa con la excusa de una improvisada sesión continua de cine.
El invierno o mejor dicho el frío se convierte en una época de otorgar al pijama un premio como segunda piel y dar rienda suelta a la creatividad frente a las tardes de Cine de Barrio y películas de los domingos.
Llega una etapa de fabricación masiva de postres que esperan un veredicto en un salón y como no, de cafés interminables, viajes fugaces y de pequeños y buenos recuerdos con la punta de la nariz en muchas ocasiones helada.
El invierno o mejor dicho el frío se convierte en una época de otorgar al pijama un premio como segunda piel y dar rienda suelta a la creatividad frente a las tardes de Cine de Barrio y películas de los domingos.
Llega una etapa de fabricación masiva de postres que esperan un veredicto en un salón y como no, de cafés interminables, viajes fugaces y de pequeños y buenos recuerdos con la punta de la nariz en muchas ocasiones helada.
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