No. No podía permitirlo. Me quemaba por dentro. Incluso, me dolía más mi propia cara en el espejo al decir todas esas palabras silueteadas en mi boca que cualquier otra cosa en esta mañana fría y extraña.
Fui consciente de la hora que era cuando me atreví a alcanzar mi móvil. Sin embargo, permanecí acurrucada bajo el nórdico con los ojos cerrados aunque mi mente ya estuviese en plena reflexión.
Creí que aquella postura me haría inmortal y congelaría los minutos y los segundos pero no fue así. Hay cosas con las que nunca acierto. Así que decidí escuchar música porque dicen que amansa a las fieras. Eso si es verdad.
Fue entonces cuando encendí el ordenador sigilosamente. Respiré hondo y dejé que los escalofríos se apoderasen de toda mi piel a la par que tímidas lágrimas se deslizaban por las mejillas aún calientes en la almohada.
Sentí soledad y me levanté de la cama queriendo dejar acostada la mala suerte que me perseguía. Me incorporé, me eché las manos a la cara intentando arrancarme el sueño reflejado y me metí en la ducha con la intención de dejar todo correr por el desagüe.
No. No podía disimular. Había comenzado a llenar el cupo de noviembre y ni siquiera estaba en el mes correspondiente. ¡Maldito otoño! Había llegado para sacudirme su frío en el estómago y yo sólo deseaba esas manos calientes pegadas a mi.
Berry Weight – Equations
Fui consciente de la hora que era cuando me atreví a alcanzar mi móvil. Sin embargo, permanecí acurrucada bajo el nórdico con los ojos cerrados aunque mi mente ya estuviese en plena reflexión.
Creí que aquella postura me haría inmortal y congelaría los minutos y los segundos pero no fue así. Hay cosas con las que nunca acierto. Así que decidí escuchar música porque dicen que amansa a las fieras. Eso si es verdad.
Fue entonces cuando encendí el ordenador sigilosamente. Respiré hondo y dejé que los escalofríos se apoderasen de toda mi piel a la par que tímidas lágrimas se deslizaban por las mejillas aún calientes en la almohada.
Sentí soledad y me levanté de la cama queriendo dejar acostada la mala suerte que me perseguía. Me incorporé, me eché las manos a la cara intentando arrancarme el sueño reflejado y me metí en la ducha con la intención de dejar todo correr por el desagüe.
No. No podía disimular. Había comenzado a llenar el cupo de noviembre y ni siquiera estaba en el mes correspondiente. ¡Maldito otoño! Había llegado para sacudirme su frío en el estómago y yo sólo deseaba esas manos calientes pegadas a mi.
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