El frotar no se va a acabar

Las frases, si algo aprendí este año, nunca deben comenzar por un adverbio. ¿El motivo? No lo recuerdo pero si es cierto que llevo horas en mi trabajo intentando escribir sin comenzar así.

Debo estar volviéndome torpe respecto a ciertas cosas por no decir gilipollas. Yo sólo quería hablar sobre el Orgullo vivido por Sandra y yo pero es complicado con tantos personajes y víctimas de atentados trasnochados.

A parte de haberme gastado medio sueldo en la compra de dos teléfonos móviles primitivos que ha superado a la inversión en copas. Lo más destacable, sin ninguna duda, es la aparición en la calle San Gregorio de la secta “Rubias de bote o tinte a granel” que allí, frente a nuestra atónita mirada, se congregó.

Sandra y yo degustábamos la más selecta selección de pipas con sal mientras la sangría se calentaba en el suelo a falta de hielos. Quizás fueron los detonantes de la creación de una burbuja entre tanta gente y ayudó, considerablemente, a desatar nuestras lenguas en el mejor de los sentidos.

La principal rubia, la que llevaba la voz cantante y nunca mejor dicho, podríamos definirla como un híbrido entre integrante del grupo de Sonia y Selena y a juzgar por el color y mugre que decoraba sus pies, una reencarnación de Carmina Ordoñez, a mucha honra que yo soy muy fan.

Ni Coca Cola como todos pudimos ver usar a esa Carmina rociera, ni KH7, ni Cillit Bang, ni el hombre del algodón frota que te frota y menos aún, agua a presión. Aquello era ver para creer. Nada hubiese ayudado a arrancar de aquellos pies tanta suciedad incrustada.

Entre delirios de maldad, imaginamos unas sábanas ennegrecidas y con las caras de Belmez reproducidas, a la madre de nuestra “rubia” prendiendo fuego esas sábanas y como no, toallas de usar y tirar, amenizado todo esto con un “yo quiero bailar” a todo pulmón.

Cierto es que terminamos con los labios cual afroamericana residente del Bronx, aunque bien es sabido que por la sangre de Sandra corre espíritu fuenlabreño que no tiene nada que envidiar. Y eufórica ella por tener a tiro nuevos pies del mismo calibre de los ya mencionados, tuvo la gran idea de gritar: ¡Coca Cola! creando así, una confusión ensordecedora entre los que ya bajábamos por Paseo del Prado.

Una mujer, delante de nosotras, víctima de tal grito de guerra pisa mal en una alcantarilla con sus cuñas y se agarra a su compañera. ¿El resultado? Un esguince de tobillo por el que aceleramos el paso hasta llegar a nuestra trinchera, la Casa Roja.

Fin del Orgullo y por fin, con el móvil en el bolsillo.

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