La cocina de mi casa no es particular

Hablar de la cocina de la Casa Roja es sin duda alguna, hablar de un comedor social en vivo y en directo. De acuerdo, quizás en menor grado pero aún así me toca sufrirlo sin más. Invitados o no, aquí siempre creo que hay más gente de la debida.

Mi vitrocerámica sería una mina de aceite para un punto limpio y afortunadamente, el portero amablemente nos recoge la basura. Por manos no será pero la vaguería gana para quién cumple la función de ermitaña y/o se rasca con su tiempo libre sus partes íntimas.

Llevo tiempo más que suficiente en esta casa como para poder comentar abiertamente lo que aquí se cuece nunca mejor dicho. Recuerdo días mejores y otros en los que he tenido que huir, literalmente, por algún que otro ataque de risa al observar con lo que, cierta compañera de piso, pensaba alimentarse.

He visto mezclas explosivas al ritmo que he descubierto nuevos productos que se pueden congelar. No me considero la sucesora de Arzak pero tampoco es que sufra de una posible "cocinafobia". Todos alguna vez hemos tenido nuestro gatillazo en los fogones y yo no he sido menos que nadie.

Tras la reunión del G10 y muchas buenas promesas como buenas políticas que somos todas. Hemos vuelto al caos de siempre tras dos días de utópica organización y pulcritud. Así que a la próxima reunión, servidora se ausentará y si hace falta hablará con su doctora particular.

No estoy por la labor de aguantar otro chaparrón de ese percal. Cierto es que no cumpliré condena por ninguna de las penas que se me achacaban así que los próximos botellones seguirán teniendo la marca de la casa, Alameda 22.

Debo admitir que estoy desilusionada con la reunión. Tantas expectativas tiradas al retrete que una piensa que segundas partes ya no serán ni interesantes de retransmitir para aquellos que disfrutan del circo donde vivo.

En definitiva, los puñales en la reunión se lanzaban al aire y es que claro, aquí todas sabemos donde vivimos. Las represalias son anónimas pero firmadas con tu puño y letra. Así que yo anotaba frases y comía pipas para no quedarme dormida en algo más cutre que una reunión del AMPA.

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