Llegar a tu casa de campo y ver un panorama que ni en carnavales no favorece a mantener tu sobriedad demasiado tiempo. Estamos en romería y eso sólo puede decir una cosa: nada de pedir cañas o cervezas sino botellines como antaño.
Sólo diré que eché de menos a los malotes de la capital, esos que llevan oros y dan asco al verlos pasar con sus estrafalarios modelitos pero allí, la mezcla es más escalofriante si cabe. No han dejado de ser provincianos y sus camisas Rottweiler y sus cabezas "cenicero" te impiden ver la luz de la coherencia durante un fin de semana que parecía ser el apocalipsis.
Tras tardes sentada en una caja de botellines como si de un Furbi se tratase junto con amigos y donde lo único que hacía era beber y sentir que el pedo de la mañana-tarde-noche iba cada vez cogiendo más color. Decidí, como no, cambiar de chiringuito porque aquí lo de caseta no se estila y queda muy de ciudad cosmopolita.
Fue entonces cuando conocí al amigo de mi amigo que lo único que hacía era invitarme a copas y yo rozando una felicidad extrema sino llega a ser todo esto heterolandia, con todas y cada una de las letras.
Por lo demás no hay que destacar demasiado de una romería en la que me he dedicado a ver a antiguos amigos que hace casi un año que no veía por circunstancias de la vida y como no, a dormir porque la vuelta a Madrid sería apoteósica con una maleta llena de comida fuera del menú pobre del estudiante poco "cocinillas". Es lo que tiene volver al hogar familiar.
Sólo diré que eché de menos a los malotes de la capital, esos que llevan oros y dan asco al verlos pasar con sus estrafalarios modelitos pero allí, la mezcla es más escalofriante si cabe. No han dejado de ser provincianos y sus camisas Rottweiler y sus cabezas "cenicero" te impiden ver la luz de la coherencia durante un fin de semana que parecía ser el apocalipsis.
Tras tardes sentada en una caja de botellines como si de un Furbi se tratase junto con amigos y donde lo único que hacía era beber y sentir que el pedo de la mañana-tarde-noche iba cada vez cogiendo más color. Decidí, como no, cambiar de chiringuito porque aquí lo de caseta no se estila y queda muy de ciudad cosmopolita.
Fue entonces cuando conocí al amigo de mi amigo que lo único que hacía era invitarme a copas y yo rozando una felicidad extrema sino llega a ser todo esto heterolandia, con todas y cada una de las letras.
Por lo demás no hay que destacar demasiado de una romería en la que me he dedicado a ver a antiguos amigos que hace casi un año que no veía por circunstancias de la vida y como no, a dormir porque la vuelta a Madrid sería apoteósica con una maleta llena de comida fuera del menú pobre del estudiante poco "cocinillas". Es lo que tiene volver al hogar familiar.
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